Siempre abogué por el individuo
cuya cultura fuera aquella que él escogiera. Probablemente porque no pertenezco
a ninguna religión me gustaba pensar en alguien que puede creer o no en algo
por mera convicción (para mí ser agnóstica es un asunto de inercia, no de
convicción: no fui bautizada, así que no tuve que sufrir el admirable camino
del despertar de la conciencia a través del cual un ser deja de pertenecer a
alguna religión).
Asimismo me gustaba pensar en el
hombre como un ser libre de nacionalismos: si se ama o se está orgulloso del lugar
donde se ha nacido es por alguna razón, no por el simple hecho de haber nacido
en él.
Estas ideas fueron fortalecidas
por las lecturas de Thomas Bernhard, salzburgués que no milita en las filas de
la ciega admiración a un lugar sólo por haber nacido en él. Mi desprecio por la
doble moral poblana y por su frivolidad se identificaron con las ideas del
escritor austriaco después de leer su (supuesta) autobiografía.
Sin embargo mis orgullosas ideas
se amedrentan cuando voy por una calle de Viena y veo a una chica que viene
hacia mí con una playera que tiene la cara de Frida Kahlo. Es inevitable: yo nací en un lugar.
Si soy quien soy no es por
mera autodefinición, sino por una serie
de circunstancias totalmente casuales que me llevaron a crecer y conocer un
país. No sentiré más vergüenza por conmoverme cuando escucho una canción
mexicana o por añorar el clima de mi ciudad.
Esta noche platiqué con una chica
alemana: sus padres son alemanes y ella nació ahí, pero vivió en México seis
años desde los dieciséis. Ahora estudia en Viena pero quiere volver al DF
porque ella está segura de que es mexicana y dice que no aguanta estar aquí.
Yo soy mexicana, no tengo que
pensarlo, no tengo que esforzarme por amar ese país porque nací en él. Nunca
fui tan feliz como la noche que corrí de la mano de Rodrigo y al lado de
muchísimos jóvenes más hacia las instalaciones de Televisa Chapultepec para
gritar consignas de repudio a los medios de comunicación antidemocráticos.
Porque estábamos enojados y
porque sabíamos y sabemos que México está jodido y que no podemos hacer que
las cosas cambien sólo con una marcha, pero también sabíamos que no queríamos quedarnos
sentados.
Esa incomodidad de vivir por
estar en un lugar que no funciona bien, hace que todo el movimiento sea distinto
en mi país.
Viena es un sueño y me
gusta vivirlo. Las hojas de verdad se caen aquí en el otoño, tengo tiempo para
caminar. Salgo de la universidad y tomo
el camión 13A, que va por calles llenas de negocios interesantes y por las que
algún día me gustaría pasar a pie. Me estoy acostumbrando al frío y hasta
pienso que puedo pasar el invierno sin enfermarme.
El próximo año voy a estar en
la ciudad más poblada del mundo otra vez, tapándome sólo con un suéter y
caminando junto a mi novio mientras veo las ofrendas de las Islas de Ciudad
Universitaria.
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminar