sábado, 2 de noviembre de 2013

México en mi mente

Patricia Trujano canta la Canción Mixteca en la celebración de día de muertos en el Museo de Etnología de Viena (donde está el penacho de Moctezuma), y al verme tan sola y triste cual hoja al viento quisiera  llorar, quisiera morir de sentimiento.

Siempre abogué por el individuo cuya cultura fuera aquella que él escogiera. Probablemente porque no pertenezco a ninguna religión me gustaba pensar en alguien que puede creer o no en algo por mera convicción (para mí ser agnóstica es un asunto de inercia, no de convicción: no fui bautizada, así que no tuve que sufrir el admirable camino del despertar de la conciencia a través del cual un ser deja de pertenecer a alguna religión).

Asimismo me gustaba pensar en el hombre como un ser libre de nacionalismos: si se ama o se está orgulloso del lugar donde se ha nacido es por alguna razón, no por el simple hecho de haber nacido en él.
Estas ideas fueron fortalecidas por las lecturas de Thomas Bernhard, salzburgués que no milita en las filas de la ciega admiración a un lugar sólo por haber nacido en él. Mi desprecio por la doble moral poblana y por su frivolidad se identificaron con las ideas del escritor austriaco después de leer su (supuesta) autobiografía.

Sin embargo mis orgullosas ideas se amedrentan cuando voy por una calle de Viena y veo a una chica que viene hacia mí con una playera que tiene la cara de Frida Kahlo.  Es inevitable: yo nací en un lugar. 
Si soy quien soy no es por mera  autodefinición, sino por una serie de circunstancias totalmente casuales que me llevaron a crecer y conocer un país. No sentiré más vergüenza por conmoverme cuando escucho una canción mexicana o por añorar el clima de mi ciudad.

Esta noche platiqué con una chica alemana: sus padres son alemanes y ella nació ahí, pero vivió en México seis años desde los dieciséis. Ahora estudia en Viena pero quiere volver al DF porque ella está segura de que es mexicana y dice que no aguanta estar aquí.

Yo soy mexicana, no tengo que pensarlo, no tengo que esforzarme por amar ese país porque nací en él. Nunca fui tan feliz como la noche que corrí de la mano de Rodrigo y al lado de muchísimos jóvenes más hacia las instalaciones de Televisa Chapultepec para gritar consignas de repudio a los medios de comunicación antidemocráticos.

Porque estábamos enojados y porque sabíamos y sabemos que México está jodido y que no podemos hacer que las cosas cambien sólo con una marcha, pero también sabíamos que no queríamos quedarnos sentados.
Esa incomodidad de vivir por estar en un lugar que no funciona bien, hace que todo el movimiento sea distinto en mi país.

Viena es un sueño y me gusta vivirlo. Las hojas de verdad se caen aquí en el otoño, tengo tiempo para caminar.  Salgo de la universidad y tomo el camión 13A, que va por calles llenas de negocios interesantes y por las que algún día me gustaría pasar a pie. Me estoy acostumbrando al frío y hasta pienso que puedo pasar el invierno sin enfermarme.

El próximo año voy a estar en la ciudad más poblada del mundo otra vez, tapándome sólo con un suéter y caminando junto a mi novio mientras veo las ofrendas de las Islas de Ciudad Universitaria.

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