martes, 29 de octubre de 2013

Una íntima tristeza reaccionaria

El paisaje es muy claro. Todas las expectativas de lo europeo se cumplen en el palacio de Schönbrunn. No habrá más belleza posible, lo dicen las vistas panorámicas. “Buckingham is nothing, it´s like a huge castle without any decorations on it. These places are much more beautiful” dice una amiga inglesa.

Todo el esplendor gótico, barroco y art noveau está aquí.  Caminar sabiendo que eventualmente se verá algo magnífico. No sólo lo clásico, hay arte urbano. Hay todo. Saber que tienes que estar encantado porque es hermoso. “Mira qué precioso”, diría mi abuela. Y sí, reconocerlo porque es evidente, porque tanta belleza no se puede esconder. Además el contraste entre dos continentes es inmenso:

Las calles están limpias, los señalamientos tienen otra estética, los domingos las tiendas están cerradas, las banquetas son anchas,  el drenaje funciona, el agua de la llave se puede beber, los coches son de otras marcas, la gente tiene otros rasgos.

Acaso eso es más impresionante que los monumentos: conocer otra cotidianidad posible.  Poder comprar otros productos en el supermercado, escuchar otro idioma todo el tiempo, ir a correr todos los días por los jardines que fueron de Sissi, no estar nunca apretado en el metro, probar postres finos, ver uniformidad en la arquitectura de los edificios.

Estar seguro de que en este momento no abarcas nada, no asimilas lo que contemplas en ningún momento. Que los paisajes y las cúpulas y las tardes con nuevos amigos son, reconociéndolo racionalmente, una fortuna.

Pero no poder sentirlo así porque tampoco cuando estuviste en tu país te diste cuenta de lo que era salir de clases e ir a tomar un café al Jarocho con tu novio, estar acostada un fin de semana en Puebla mientras nadie hacía nada pero todos estaban en la casa, caminar por el campus de la universidad para ir a la librería, ir a comer con tu papá y tu hermano los domingos o comer enchiladas verdes sola en una fonda.

Estuve consciente de que era feliz en esos momentos, pero la mirada en retrospectiva me lo recuerda y me hace entenderlo. La añoranza que tengo ahora me dice que cuando vuelva voy a extrañar este lugar y todas sus vistas. Sólo entonces, cuando anhele ver el Stephansdome  o la fachada de la Universidad de Viena de nuevo, sabré lo bella bellísima que es esta ciudad y me dará una “íntima tristeza reaccionaria”.

jueves, 24 de octubre de 2013

Dos sueños espantosos (incluye soundtrack)

 1.   Estoy en el estudio del escritor con el que trabajé durante un año voluntariamente y le explico que necesito un favor: quiero ganar un premio literario. Me dice que hará algunos arreglos. Recibo una llamada para avisarme que gané el Premio Nacional de Literatura. Llego a la premiación y el público está sentado a ambos lados del foro, como en graduación o boda. De un lado están los críticos del estado, que aplauden mi obra dando argumentos que sé que son falsos y del otro los críticos que la destruyen. Uno me pregunta irónicamente algo como “¿y cómo se te ocurrió rimar día con melodía?”  Subo muy avergonzada a recibir mi premio y no sé qué decir, sólo balbuceo algunas palabras sobre la importancia de escribir.

2.  Empiezo a trabajar en alguna tienda donde los empleados buscan los productos para los clientes en computadoras que contienen el inventario; cada vendedor tiene la suya. Un día busco en la computadora de un compañero y cuando la prendo está llena de fotos de mí, fotos que yo no tomé pero en las que aparezco en mi cuarto, en la cocina, en la casa de mi abuela.  Hay un video de mí hecho con recortes de imágenes donde parezco estar poseída. Me asusto y me voy a mi casa. Antes de llegar veo en la calle paralela al dueño de la computadora. Está adentro de un Volkswagen blanco. Me asomo y su coche está tapizado de fotos de mí desnuda; también tiene pantallas monitoreando mi casa. Le pido que se baje del carro. Está desnudo y yo sólo tengo una bata puesta. Empiezo a patearlo y él se deja rodar por la calle. Parece una fotografía de Lachapelle porque yo llevo tacones de aguja y la gente nos mira pasar.  Me voy a mi casa; momentos después vuelvo a caminar por esa calle y veo que el acosador ha sido asesinado con unas banderillas de las que se usan en las corridas de toros. Al lado hay un rebozo (el mismo que me traje a Viena para regalárselo a alguien eventualmente) lleno de sangre. Volteo y veo que mi novio está ahí también, viéndolo con temor.  “Si dejaron el rebozo ensangrentado entonces son los sicarios”, dice. En ese momento sólo se me ocurre pensar que mi vida ha recibido una maldición y que probablemente esté a punto de vivir lo mismo que la muchacha a la que violaron en Guanajuato. Me quedo esperando a que lleguen los reporteros.

Estos fueron mis sueños las dos últimas noches. Dado que estoy en Viena pienso que debo hacer un análisis freudiano. Por supuesto no podré porque nunca, lo confieso sin temor, he leído a Freud. 

Anoche, sin embargo, después de despertar sudando del sueño número dos, me quedé pensando en los motivos de esta proyección porque, si bien muchas veces sueño cosas extrañas, nunca me había sentido moralmente mal, como si estuviera fallando en algo. Mi subconsciente nunca había sido tan explícito.

Llevo ya más de un mes en Viena y siento que estoy durmiendo.  No entiendo qué se supone que haga. Me encuentro bien pero tengo la impresión de que los demás (no sé quiénes demás por lo que tal vez sea yo misma) quieren que haga más cosas.

Porque el concepto de irse para mí está en abandonarse a sí mismo, en dejarse perder por el lugar y no tener miedo. No estoy segura pero creo que estoy aterrada.  Aterrada porque tengo miedo y porque estoy como enterrada en otro lugar.

En vez de estar abierta y asombrada estoy cada vez más confundida y decepcionada de mí misma; espero el momento en que se jale el gatillo y todo se me revele: a esto viniste.

Un amigo me pregunta cada vez que lo veo si ya me acosté con alguien, una amiga si ya me enamoré. No, ninguna de las dos, pero ayer se me acercó un hombre en la calle para invitarme a salir y yo huí despavorida. ¿Estoy cerrada a mis impulsos? El sexo es una de las máximas expresiones de la pasión y un aliciente al viajar. Mis amigos esperan que regrese con anécdotas groseras, primerinmunidstas.

Me gusta escribir pero siempre he sido una cobarde que no lo acepta por temor y flojera.  He leído tres novelas desde que llegué.  En una de ellas, A Portait of the Artist as a Young Man, Stephen Dedalius es un confundido que al final entiende que el mundo se le embellece no por sí mismo sino a través de la poesía.  Entonces va por las calles caminando y recitando cual alma en júbilo.

Yo no hago nada; camino y me pierdo y no hablo casi con nadie, y a veces voy a las tiendas y no me compro nada. Pero no estoy triste, sólo estoy en pausa.


Me gustan también mis clases, siempre me ha gustado ir a la escuela; no soy tan intensa como para ser anti academicista ni tan disciplinada como para ser académica. Leo las novelas que tengo que leer y me angustio o me extasío y punto, ninguna hipótesis que redactar.

Voy a regresar a México y no sé ni siquiera sobre qué quiero escribir mi tesis. Me parece a veces hasta irrelevante. El problema es que ahora estoy en Viena y estoy aquí porque la UNAM me dio una beca y cuando entré a la UNAM pensé que tenía un compromiso con mi país.

Pero últimamente me ha surgido la idea de que como todo se me volvió un revoltijo aunque en alguna época estuve muy segura de que quería ser editora, mejor me voy a estudiar una maestría al extranjero también.

Porque aunque no esté cumpliendo con mis expectativas ni con las de nadie al estar aquí, estoy bien y ya me fui. Y no puedo verme de vuelta sentada en un salón de la Facultad de Filosofía y Letras y pensando en los días en que estuve en Viena. Quiero y voy a regresar, pero no soporto la idea de mirar hacia atrás una vez que haya vuelto. 

jueves, 10 de octubre de 2013

El tiempo y el espacio (para el ocio)

El tiempo en esta ciudad pasa de manera diferente. A casi un mes de vivir aquí, me doy cuenta de que hay circunstancias que provocan una voluntad e inconsciencia de recreación.

No tardarás nunca más de 45 minutos en llegar a algún lugar en Viena. El sistema de transporte funciona perfectamente bien, el metro tiene un cronómetro que te indica cuántos minutos faltan para que pase el siguiente tren.

Nada tarda más de seis minutos (a lo mucho) en pasar, a menos que sea un sábado a las dos de mañana, en cuyo caso  tal vez tengas que esperar quince minutos para que pase el próximo metro, pero pasará.
Los viernes y los sábados puedes salir a donde quieras y regresar a la hora que te plazca en transporte público sin preocupación alguna por tu integridad.

“Si estuviéramos en México, ya me hubieran inmovilizado y las hubieran violado a todas ustedes”  dice Alejandro, uno de los tres mexicanos que conozco aquí, al pasar por un callejón oscuro y lleno de grafitis con cuatro mujeres a las tres de la mañana.

Los horarios de oficina son una extrañeza: no existen. Quiero decir, cada edificio tiene horarios distintos.  Sospeché esto desde México; la Embajada de Austria sólo está abierta de 9:00 a 12:00. Ése es el mismo horario de la oficina que administra el edificio donde vivo, sólo que no abre los martes. Tampoco abre un día a la semana la oficina de intercambios de la Universidad de Viena, que sí está abierta en las tardes pero no todas.

Las personas no salen de trabajar más tarde de las 16:00 o 18:00 y, sospecho, no trabajan ocho horas diarias.  Con este tiempo libre es claro que Viena es una ciudad mundialmente conocida por sus cafés (que siempre están llenos).

Los supermercados son pequeños y no caminarás más de dos cuadras para encontrar uno. Nunca he visto en la caja a nadie pagando más de quince productos. O sea, la gente tiene tiempo para ir al súper más de dos veces a la semana. Los fines de semana la salida familiar no consiste en ir a hacer las compras, como en México. 

Inscribí mis materias del semestre. Sólo iré a la universidad martes, miércoles y jueves. Está bien tener tanto tiempo libre porque podré gastarlo en comer Schnitzels (milanesas) y Sachertortes (pasteles de chocolate) en cualquier cafetería mientras intento entender las quince novelas del modernismo británico que tengo que leer para este semestre.

Eso antes de que el frío se manifieste en su máxima expresión y me encierre con las introspecciones modernas en mi cuarto. 

martes, 1 de octubre de 2013

Je ne regrette rien

La nostalgia me inunda en las noches. He soñado  varias veces que regreso a mi casa en Puebla a recoger algo que se me había olvidado. Me da tristeza despertar y darme cuenta de que no estuve ahí.

Durante el día estoy bien, no completa pero bien. Nunca pensé extrañar tanto a mi tribu. Extraño a mi familia, extraño a mi novio, extraño a mis amigos, extraño a mi perra. Vi a una chica platicando con su abuela (probablemente) en el metro y me dieron ganas de platicar con la mía.

Empiezo, sin embargo, a querer a esta ciudad. Ayer fui a un tour en el edificio principal de mi universidad. La Universidad de Viena se fundó en 1365 y ha tenido una larga historia de científicos y psicólogos destacados, y un histórico parteaguas durante el gobierno nacionalsocialista (en el cual hubo una gran cantidad de alumnos y maestros deportados) y otro a finales del siglo XIX, cuando las mujeres finalmente pudieron estudiar ahí.

Conocí a Daniela, nació en Tel Aviv pero vive en Moscú desde los cuatro años. Estudia Estudios israelíes y algo más, no entiendo en realidad muy bien qué.  Hablamos en inglés pero ella tiene un acento ídem que a veces no entiendo.  Ha resultado ser una gran compañía, hoy compramos boletos para la ópera en doce euros con una promoción para estudiantes, la próxima semana veremos El barbero de Sevilla.

No me arrepiento de haber venido, aunque he pensado que no es necesario irse siempre, tener esa inquietud de abandono y de libertad. O tal vez sí, para darse cuenta una vez ido de que igual no era necesario, tal vez me podría haber quedado donde estaba.

Mi roomie llegó ayer. Yo ya no quería que llegara porque me encontraba bastante cómoda pagando un cuarto doble y viviendo sola, además ya se me quitó la sensación de soledad (que no de saudade) que tenía cuando llegué, he hecho algunos amigos, o conocidos.

Es de República Checa y no habla inglés, así que nuestra comunicación es escasa. Intuyo que es una chica agradable. Estudia Estudios checos o algo así, tampoco le entendí. Ya me había comido su galleta de bienvenida. Creo que se llama “Lenka”.