Si el interesado está en buenas condiciones entonces qué
bello, qué sublimes aparecerán todas las vistas ante sus ojos. Las imágenes de
Julie Andrews corriendo al lado de las flores vendrán a su mente porque, a
pesar de los pocos grados centígrados (en Europa por fortuna la temperatura y
la distancia se miden igual que en México), las rosas y otras flores de varios
colores, que recuerdan a las malhumoradas moradas que le hacían cara feas a
Alicia en la versión original de Disney, sobreviven cual si fuera primavera.
Otras vistas, sin embargo, serán lúgubres entre la niebla
y los troncos sin hojas, como todas las estatuas que grisáceas se yerguen
recordando yo que sé a qué héroes griegos y a algunos animales que no existen
más que ahí. Un pegaso, por ejemplo, parece estar listo para despegar de una
fuente.
Pasando el río Salzach por el puente lleno de candados que
sellan amores de best seller como la nueva tradición dicta, el centro está
a unos pasos y su mayor atracción se concentra en la Getreidegasse. La calle
donde nació Mozart es ahora un pasaje lleno de tiendas de lujo: del clasicismo
al clasismo. No faltan, por supuesto, una oficial de Red Bull (porque la
burbujeante bebida azul, me dicen, es austriaca) ni una de Swarowski (austriaca
también).
Esta calle desemboca, si mi orientación no me falla, en la
bella Catedral de muros e interiores blancos. Las clásicas estatuas que la
rodean tienen una excepción: hay una que no es de mármol sino de un metal
verduzco y que aparenta una figura macabra sentada y cubierta por un manto
que le cubre el rostro.
Unos pasos más adelante el camino a la Fortaleza de
Hohensalzburg ofrece paisajes panorámicos de Salzburgo que pueden causar en el espectador
una melancolía indeseada si la niebla de otoño cubre la ciudad. Pueden
despertar, también, ganas de irse a su casa, aunque su casa no sea realmente su
casa sino un hogar temporal.
Así, se descubrirá a usted mismo añorando las calles de
Viena, aquellas desde las cuales no se pueden ver las montañas sino muy a las
orillas de la ciudad porque, como sabe, ver montañas o cerros o cualquier signo
que indique la cercanía de la naturaleza lo pone a usted incómodo por la
conciencia de finitud urbana. Usted no es ningún John Keats que le canta a la
sleepless Eremite. Usted nació y ha vivido siempre en lugares muy poblados y
feos, y el ruido de las calles lo distrae y lo hace feliz.
Te amo hijita.
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