lunes, 9 de septiembre de 2013

Adiós por un tiempo

Llegué a la Ciudad de México hace más de cuatro años para estudiar la licenciatura.
Hace tres y medio conocí a Rodrigo.

Mi amor por la ciudad más poblada del mundo se debe en parte al hombre que al principio era para mí un compañero de fiestas: Rodrigo me llevaba a lugares que yo quería y esperaba conocer.

La segunda vez que nos vimos fuimos al Patrick Miller, una "disco" (no le podría llamar de otra forma) en la colonia Roma que parece bodega y donde gente extraña y entrenada o gente borracha y valiente baila en el centro de un círculo, rodeada de gente normal o sobria fascinada por ver a los danzantes moverse al ritmo de high energy de los ochenta. 

Después de esa noche ser su novia fue una cuestión de inercia.

Con el paso del tiempo los dos nos enamoramos y, en mis condiciones de estudiante foránea vivesola, incluso llegamos a formar una suerte de familia.


Así, Rodrigo como mi legítimo esposo, me recogía en la Facultad de Filosofía y Letras tres de cinco tardes a la semana y vivíamos una rutina entrañable y cada vez más comprometida. Mi parte del acuerdo era enojarme por lo menos una vez a la semana por alguna vaguedad, porque él jamás habría hecho algo para disgustarme realmente, y entonces él debía decirme que no me entendía, que por qué me portaba así, que yo sabía que me amaba y así, repetir el conjuro hasta que la dama se contentara.

Con este amor de loca juventud, como canta Buena VistaSocial Club, Roy (así le decimos todos) y yo vivimos hasta hace tres meses en un delirio amoroso con interrupciones dos veces al mes por mis visitas a Puebla.

El final de nuestro idilio salvaje, como recita José Othón, se debió a mi intercambio a Viena: no tenía sentido seguir pagando una renta en el DF si yo no iba a estar yendo a clases sino esperando el momento de viajar.

Llevo ya varias semanas viviendo en Puebla y, por supuesto, he visto a Rodrigo en sus afortunadas visitas a mi casa y las mías a la suya. Pero la plenitud de vivir una vida de costumbre amorosa no se compara con unos cuantos besos, amoríos apresurados y apretones de manos abajo de la mesa mientras comemos chiles en nogada en la casa de mi abuela.

Hoy regresé del último fin de semana que pasaremos juntos antes de mi viaje y, aunque no me he ido aún, lo extraño desde que me mudé con mi mamá otra vez.



5 comentarios:

  1. Vale,me encanta como escribes. Soy fiel seguidora de ciertos blogs y el tuyo acaba de entrar en mi lista, así que acá alguien te leerá... Mucho éxito

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  2. Muchas gracias, Olinca. Me alegro de que te haya gustado, procuraré seguirte en cuanto averigüe cómo funciona este blog.

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  3. Hola, primero que nada me parece muy buena tu manera de escribir y demostrar tu amor, muy tierna pero a la vez pensante, felicidades.Quizá por destino es que caí en tu blog, pero yo he tenido oportunidad de vivir en Viena y dejame decirte que es un pueblo civilizado, amante de los profiteroles, la música clásica, y... nazis desalmados. Son extemedamente racistas, no te lo digo como limitante solo para que tengas precaución en ciertas zonas, por lo demás sera una grata experiencia, en lo intelectual, sexual si tienes un rollo bisexual y cultural. Creceras mucho

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    1. Muchas gracias por tu comentario.

      Hoy llegué a Viena y, entrando a la ciudad, vi un graffiti que decía "¡Raus Nazis!", gracias por la advertencia, jaja.

      Y pues, ¿quién no tiene un rollo bisexual aunque sea muy escondido?

      Te agradezco otra vez tu comentario y tus observaciones.

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  4. Se ven muy bien los dos en esta foto.

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