El tiempo en esta ciudad pasa de manera diferente. A casi un
mes de vivir aquí, me doy cuenta de que hay circunstancias que provocan una voluntad
e inconsciencia de recreación.
No tardarás nunca más de 45 minutos en llegar a algún lugar
en Viena. El sistema de transporte funciona perfectamente bien, el metro tiene
un cronómetro que te indica cuántos minutos faltan para que pase el siguiente
tren.
Nada tarda más de seis minutos (a lo mucho) en pasar, a
menos que sea un sábado a las dos de mañana, en cuyo caso tal vez tengas que esperar quince minutos
para que pase el próximo metro, pero pasará.
Los viernes y los sábados puedes salir a donde
quieras y regresar a la hora que te plazca en transporte público sin
preocupación alguna por tu integridad.
“Si estuviéramos en México, ya me hubieran inmovilizado y
las hubieran violado a todas ustedes” dice Alejandro, uno de los tres
mexicanos que conozco aquí, al pasar por un callejón oscuro y lleno de grafitis
con cuatro mujeres a las tres de la mañana.
Los horarios de oficina son una extrañeza: no existen. Quiero decir, cada edificio tiene horarios distintos. Sospeché esto desde México; la Embajada de
Austria sólo está abierta de 9:00 a 12:00. Ése es el mismo horario de la
oficina que administra el edificio donde vivo, sólo que no abre los martes.
Tampoco abre un día a la semana la oficina de intercambios de la Universidad de
Viena, que sí está abierta en las tardes pero no todas.
Las personas no salen de trabajar más tarde de las 16:00 o
18:00 y, sospecho, no trabajan ocho horas diarias. Con este tiempo libre es claro que Viena es
una ciudad mundialmente conocida por sus cafés (que siempre están llenos).
Los supermercados son pequeños y no caminarás más de dos
cuadras para encontrar uno. Nunca he visto en la caja a nadie pagando más de
quince productos. O sea, la gente tiene tiempo para ir al súper más de dos
veces a la semana. Los fines de semana la salida familiar no consiste en ir a hacer las compras, como en México.
Inscribí mis materias del semestre. Sólo iré a la
universidad martes, miércoles y jueves. Está bien tener tanto tiempo libre
porque podré gastarlo en comer Schnitzels (milanesas) y Sachertortes (pasteles
de chocolate) en cualquier cafetería mientras intento entender las quince
novelas del modernismo británico que tengo que leer para este semestre.
Eso antes de que el frío se manifieste en su máxima
expresión y me encierre con las introspecciones modernas en mi cuarto.
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