jueves, 10 de octubre de 2013

El tiempo y el espacio (para el ocio)

El tiempo en esta ciudad pasa de manera diferente. A casi un mes de vivir aquí, me doy cuenta de que hay circunstancias que provocan una voluntad e inconsciencia de recreación.

No tardarás nunca más de 45 minutos en llegar a algún lugar en Viena. El sistema de transporte funciona perfectamente bien, el metro tiene un cronómetro que te indica cuántos minutos faltan para que pase el siguiente tren.

Nada tarda más de seis minutos (a lo mucho) en pasar, a menos que sea un sábado a las dos de mañana, en cuyo caso  tal vez tengas que esperar quince minutos para que pase el próximo metro, pero pasará.
Los viernes y los sábados puedes salir a donde quieras y regresar a la hora que te plazca en transporte público sin preocupación alguna por tu integridad.

“Si estuviéramos en México, ya me hubieran inmovilizado y las hubieran violado a todas ustedes”  dice Alejandro, uno de los tres mexicanos que conozco aquí, al pasar por un callejón oscuro y lleno de grafitis con cuatro mujeres a las tres de la mañana.

Los horarios de oficina son una extrañeza: no existen. Quiero decir, cada edificio tiene horarios distintos.  Sospeché esto desde México; la Embajada de Austria sólo está abierta de 9:00 a 12:00. Ése es el mismo horario de la oficina que administra el edificio donde vivo, sólo que no abre los martes. Tampoco abre un día a la semana la oficina de intercambios de la Universidad de Viena, que sí está abierta en las tardes pero no todas.

Las personas no salen de trabajar más tarde de las 16:00 o 18:00 y, sospecho, no trabajan ocho horas diarias.  Con este tiempo libre es claro que Viena es una ciudad mundialmente conocida por sus cafés (que siempre están llenos).

Los supermercados son pequeños y no caminarás más de dos cuadras para encontrar uno. Nunca he visto en la caja a nadie pagando más de quince productos. O sea, la gente tiene tiempo para ir al súper más de dos veces a la semana. Los fines de semana la salida familiar no consiste en ir a hacer las compras, como en México. 

Inscribí mis materias del semestre. Sólo iré a la universidad martes, miércoles y jueves. Está bien tener tanto tiempo libre porque podré gastarlo en comer Schnitzels (milanesas) y Sachertortes (pasteles de chocolate) en cualquier cafetería mientras intento entender las quince novelas del modernismo británico que tengo que leer para este semestre.

Eso antes de que el frío se manifieste en su máxima expresión y me encierre con las introspecciones modernas en mi cuarto. 

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