1. Estoy en el estudio del escritor con el que trabajé
durante un año voluntariamente y le explico que necesito un favor: quiero ganar
un premio literario. Me dice que hará algunos arreglos. Recibo una llamada para
avisarme que gané el Premio Nacional de Literatura. Llego a la premiación y el
público está sentado a ambos lados del foro, como en graduación o boda. De un
lado están los críticos del estado, que aplauden mi obra dando argumentos que
sé que son falsos y del otro los críticos que la destruyen. Uno me pregunta
irónicamente algo como “¿y cómo se te ocurrió rimar día con melodía?” Subo muy avergonzada a recibir mi premio y no
sé qué decir, sólo balbuceo algunas palabras sobre la importancia de escribir.
2. Empiezo a trabajar en alguna tienda donde los
empleados buscan los productos para los clientes en computadoras que contienen
el inventario; cada vendedor tiene la suya. Un día busco en la computadora de un
compañero y cuando la prendo está llena de fotos de mí, fotos que yo no tomé
pero en las que aparezco en mi cuarto, en la cocina, en la casa de mi abuela. Hay un video de mí hecho con recortes de imágenes
donde parezco estar poseída. Me asusto y me voy a mi casa. Antes de llegar veo en
la calle paralela al dueño de la computadora. Está adentro de un Volkswagen blanco.
Me asomo y su coche está tapizado de fotos de mí desnuda; también tiene
pantallas monitoreando mi casa. Le pido que se baje del carro. Está desnudo y
yo sólo tengo una bata puesta. Empiezo a patearlo y él se deja rodar por la
calle. Parece una fotografía de Lachapelle porque yo llevo tacones de aguja y
la gente nos mira pasar. Me voy a mi
casa; momentos después vuelvo a caminar por esa calle y veo que el acosador ha
sido asesinado con unas banderillas de las que se usan en las corridas de
toros. Al lado hay un rebozo (el mismo que me traje a Viena para regalárselo a
alguien eventualmente) lleno de sangre. Volteo y veo que mi novio está ahí
también, viéndolo con temor. “Si dejaron
el rebozo ensangrentado entonces son los sicarios”, dice. En ese momento sólo se
me ocurre pensar que mi vida ha recibido una maldición y que probablemente esté
a punto de vivir lo mismo que la muchacha a la que violaron en Guanajuato. Me
quedo esperando a que lleguen los reporteros.
Estos fueron mis sueños las dos
últimas noches. Dado que estoy en Viena pienso que debo hacer un análisis freudiano.
Por supuesto no podré porque nunca, lo confieso sin temor, he leído a Freud.
Anoche, sin embargo, después de
despertar sudando del sueño número dos, me quedé pensando en los motivos de
esta proyección porque, si bien muchas veces sueño cosas extrañas, nunca me
había sentido moralmente mal, como si estuviera fallando en algo.
Mi subconsciente nunca había sido tan explícito.
Llevo ya más de un mes en Viena y siento que estoy durmiendo. No entiendo
qué se supone que haga. Me encuentro bien pero tengo la impresión de que los demás
(no sé quiénes demás por lo que tal vez sea yo misma) quieren que haga más
cosas.
Porque el concepto de irse para
mí está en abandonarse a sí mismo, en dejarse perder por el lugar y no tener
miedo. No estoy segura pero creo que estoy aterrada. Aterrada porque tengo miedo y porque estoy
como enterrada en otro lugar.
En vez de estar abierta y asombrada
estoy cada vez más confundida y decepcionada de mí misma; espero el
momento en que se jale el gatillo y todo se me revele: a esto viniste.
Un amigo me pregunta cada vez que lo veo si ya me acosté con alguien, una amiga si ya me enamoré. No, ninguna de las dos, pero ayer se me acercó un hombre en la calle para invitarme a salir y yo huí despavorida. ¿Estoy cerrada a mis impulsos? El sexo es una de las máximas expresiones de la pasión y un aliciente al viajar. Mis amigos esperan que regrese con anécdotas groseras, primerinmunidstas.
Un amigo me pregunta cada vez que lo veo si ya me acosté con alguien, una amiga si ya me enamoré. No, ninguna de las dos, pero ayer se me acercó un hombre en la calle para invitarme a salir y yo huí despavorida. ¿Estoy cerrada a mis impulsos? El sexo es una de las máximas expresiones de la pasión y un aliciente al viajar. Mis amigos esperan que regrese con anécdotas groseras, primerinmunidstas.
Me gusta escribir pero siempre he
sido una cobarde que no lo acepta por temor y flojera. He leído tres novelas desde que llegué. En una de ellas, A
Portait of the Artist as a Young Man, Stephen Dedalius es un confundido que
al final entiende que el mundo se le embellece no por sí mismo sino a través de
la poesía. Entonces va por las calles
caminando y recitando cual alma en júbilo.
Yo no hago nada; camino y me
pierdo y no hablo casi con nadie, y a veces voy a las tiendas y no me compro
nada. Pero no estoy triste, sólo estoy en pausa.
Me gustan también mis clases, siempre me ha gustado ir a la escuela; no soy tan intensa como para ser anti academicista ni tan disciplinada como para ser académica. Leo las novelas que tengo que leer y me angustio o me extasío y punto, ninguna hipótesis que redactar.
Voy a regresar a México y no sé
ni siquiera sobre qué quiero escribir mi tesis. Me parece a veces hasta
irrelevante. El problema es que ahora estoy en Viena y estoy aquí porque la
UNAM me dio una beca y cuando entré a la UNAM pensé que tenía un compromiso con mi país.
Pero últimamente me ha surgido la
idea de que como todo se me volvió un revoltijo aunque en alguna época estuve
muy segura de que quería ser editora, mejor me voy a estudiar una
maestría al extranjero también.
Porque aunque no esté cumpliendo
con mis expectativas ni con las de nadie al estar aquí, estoy bien y ya me fui.
Y no puedo verme de vuelta sentada en un salón de la Facultad de Filosofía y
Letras y pensando en los días en que estuve en Viena. Quiero y voy a regresar, pero no
soporto la idea de mirar hacia atrás una vez que haya vuelto.
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