jueves, 24 de octubre de 2013

Dos sueños espantosos (incluye soundtrack)

 1.   Estoy en el estudio del escritor con el que trabajé durante un año voluntariamente y le explico que necesito un favor: quiero ganar un premio literario. Me dice que hará algunos arreglos. Recibo una llamada para avisarme que gané el Premio Nacional de Literatura. Llego a la premiación y el público está sentado a ambos lados del foro, como en graduación o boda. De un lado están los críticos del estado, que aplauden mi obra dando argumentos que sé que son falsos y del otro los críticos que la destruyen. Uno me pregunta irónicamente algo como “¿y cómo se te ocurrió rimar día con melodía?”  Subo muy avergonzada a recibir mi premio y no sé qué decir, sólo balbuceo algunas palabras sobre la importancia de escribir.

2.  Empiezo a trabajar en alguna tienda donde los empleados buscan los productos para los clientes en computadoras que contienen el inventario; cada vendedor tiene la suya. Un día busco en la computadora de un compañero y cuando la prendo está llena de fotos de mí, fotos que yo no tomé pero en las que aparezco en mi cuarto, en la cocina, en la casa de mi abuela.  Hay un video de mí hecho con recortes de imágenes donde parezco estar poseída. Me asusto y me voy a mi casa. Antes de llegar veo en la calle paralela al dueño de la computadora. Está adentro de un Volkswagen blanco. Me asomo y su coche está tapizado de fotos de mí desnuda; también tiene pantallas monitoreando mi casa. Le pido que se baje del carro. Está desnudo y yo sólo tengo una bata puesta. Empiezo a patearlo y él se deja rodar por la calle. Parece una fotografía de Lachapelle porque yo llevo tacones de aguja y la gente nos mira pasar.  Me voy a mi casa; momentos después vuelvo a caminar por esa calle y veo que el acosador ha sido asesinado con unas banderillas de las que se usan en las corridas de toros. Al lado hay un rebozo (el mismo que me traje a Viena para regalárselo a alguien eventualmente) lleno de sangre. Volteo y veo que mi novio está ahí también, viéndolo con temor.  “Si dejaron el rebozo ensangrentado entonces son los sicarios”, dice. En ese momento sólo se me ocurre pensar que mi vida ha recibido una maldición y que probablemente esté a punto de vivir lo mismo que la muchacha a la que violaron en Guanajuato. Me quedo esperando a que lleguen los reporteros.

Estos fueron mis sueños las dos últimas noches. Dado que estoy en Viena pienso que debo hacer un análisis freudiano. Por supuesto no podré porque nunca, lo confieso sin temor, he leído a Freud. 

Anoche, sin embargo, después de despertar sudando del sueño número dos, me quedé pensando en los motivos de esta proyección porque, si bien muchas veces sueño cosas extrañas, nunca me había sentido moralmente mal, como si estuviera fallando en algo. Mi subconsciente nunca había sido tan explícito.

Llevo ya más de un mes en Viena y siento que estoy durmiendo.  No entiendo qué se supone que haga. Me encuentro bien pero tengo la impresión de que los demás (no sé quiénes demás por lo que tal vez sea yo misma) quieren que haga más cosas.

Porque el concepto de irse para mí está en abandonarse a sí mismo, en dejarse perder por el lugar y no tener miedo. No estoy segura pero creo que estoy aterrada.  Aterrada porque tengo miedo y porque estoy como enterrada en otro lugar.

En vez de estar abierta y asombrada estoy cada vez más confundida y decepcionada de mí misma; espero el momento en que se jale el gatillo y todo se me revele: a esto viniste.

Un amigo me pregunta cada vez que lo veo si ya me acosté con alguien, una amiga si ya me enamoré. No, ninguna de las dos, pero ayer se me acercó un hombre en la calle para invitarme a salir y yo huí despavorida. ¿Estoy cerrada a mis impulsos? El sexo es una de las máximas expresiones de la pasión y un aliciente al viajar. Mis amigos esperan que regrese con anécdotas groseras, primerinmunidstas.

Me gusta escribir pero siempre he sido una cobarde que no lo acepta por temor y flojera.  He leído tres novelas desde que llegué.  En una de ellas, A Portait of the Artist as a Young Man, Stephen Dedalius es un confundido que al final entiende que el mundo se le embellece no por sí mismo sino a través de la poesía.  Entonces va por las calles caminando y recitando cual alma en júbilo.

Yo no hago nada; camino y me pierdo y no hablo casi con nadie, y a veces voy a las tiendas y no me compro nada. Pero no estoy triste, sólo estoy en pausa.


Me gustan también mis clases, siempre me ha gustado ir a la escuela; no soy tan intensa como para ser anti academicista ni tan disciplinada como para ser académica. Leo las novelas que tengo que leer y me angustio o me extasío y punto, ninguna hipótesis que redactar.

Voy a regresar a México y no sé ni siquiera sobre qué quiero escribir mi tesis. Me parece a veces hasta irrelevante. El problema es que ahora estoy en Viena y estoy aquí porque la UNAM me dio una beca y cuando entré a la UNAM pensé que tenía un compromiso con mi país.

Pero últimamente me ha surgido la idea de que como todo se me volvió un revoltijo aunque en alguna época estuve muy segura de que quería ser editora, mejor me voy a estudiar una maestría al extranjero también.

Porque aunque no esté cumpliendo con mis expectativas ni con las de nadie al estar aquí, estoy bien y ya me fui. Y no puedo verme de vuelta sentada en un salón de la Facultad de Filosofía y Letras y pensando en los días en que estuve en Viena. Quiero y voy a regresar, pero no soporto la idea de mirar hacia atrás una vez que haya vuelto. 

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